"Soy sobreviviente" Testimonio Anónimo
- Psic. Eric M. Pérez Cabral
- 8 mar 2021
- 4 Min. de lectura
Escribo esto porque quiero compartir mi experiencia: los sucesos que viví y los problemas que superé. Si estás pasando una situación de violencia, espero que consideres lo que leerás y te dé un impulso a poder salir de ella.

Cuando veo historias de mujeres que terminaron con una relación violenta, siempre leo que son fuertes, valientes y empoderadas; aceptaron su verdad y se hicieron dueñas de su propia historia. Me sentía identificada con sus historias de violencia, pero no con esa valentía y empoderamiento, no me sentía dueña de mi propia narrativa. Cuando pienso en hablar sobre mi historia, me inundan los recuerdos amargos, y -hasta la fecha- me pregunto: ¿en verdad soy sobreviviente de su violencia?, o ¿él tenía razón y fueron mis acciones las que lo forzaron a tratarme así? Negándome a mí misma, y cerrando los ojos ante lo que viví.
Todo empezó como una normalmente espera: lo conocí, fue amable, me trató bien; nos hicimos amigos, y después decidimos llevar la relación a otro nivel. El cambio fue de manera periódica: bromas, discusiones… Luego, usó en mi contra todo detalle que le conté de mi pasado. Fuera de la imagen que me gustaba proyectar a la sociedad, en realidad era una mujer insegura, con años acumulados de enojos, injusticias, ciclos sin cerrar y sobre todo culpas que me llevaron a desarrollar depresión y ansiedad, trastornos que no traté en ese momento. También me alejé de seres queridos, lo que complicaba muchísimo mi situación emocional. Me sentía perdida.
Han pasado más de dos años desde el último contacto que tuve con el, y todavía tengo regresiones de momentos que había bloqueado: la ocasión en que me agarró por los brazos y me jaloneó cuando se enojó, y la forma en que me gritó el día que me armé de valor y le reclamé sus tratos violentos. Recuerdo la manera en que me hizo creer que yo en verdad estaba loca, y que había exagerado esos momentos de violencia. Cuando me dijo en una discusión que “no era su culpa que mi familia no me quisiera”, solo para después pedir disculpas y decirme que “él sí me quería”, haciéndome sentir que, en realidad, él era lo único que tenía. Mentía de forma constante, hasta por las cosas más simples; después se burlaba y me hacía sentir como tonta por haberle creído.
Me encontraba en el límite de la frustración y desesperación, buscando el mínimo de empatía de su parte; quería ser entendida o, al menos, que respetara a mi familia, y no usara sobrenombres ofensivos para burlarse de ellos. Me sentía inmediatamente más frustrada y desecha cuando volteaba las cartas, haciéndome pensar que, en realidad, yo era la del problema. Entre gritos e insultos, me decía que yo estaba agrediéndolo, manipulándolo, y que buscaba cambiarlo.
Recuerdo llorar todos los días. Cada noche pensaba: ¿Qué hubiera pasado si hubiera hecho más antes? ¿Y si hubiera hecho las cosas distintas en otro punto de mi vida? Tal vez ahora sería digna de más … Pero ¿Qué hubiera hecho para ganármelo? ¿Por qué no merecía más? ¿Por qué eso era todo lo que me daba?
En mi pensamiento, creí que eso era lo que me había ganado; era el castigo que me correspondía. Había convertido el «hubiera» y el «¿por qué a mí?» en mis salvavidas, pero a su vez, estos me obligaban a permanecer atrapada en el pasado.
Un día me armé de valor, y decidí hablarles por teléfono a los amigos que creí ya no tener. Nunca tuve más miedo como en el momento que sonó el tono de llamada, y descubriría que me encontraba sola y él era lo único que tenía: no contestaron. Si esto es lo que me daba la vida, ya no quería lo que me estaba ofreciendo. Harta del dolor y la culpa, tomé el frasco de pastillas, y -aún con la mano temblorosa- lo pegué a mi boca. En ese momento, se encendió la pantalla de mi celular. Minutos después, los amigos que creí haber perdido ahora estaban conmigo; me dieron la mano, me apoyaron, y estuvieron ahí en el difícil camino que seguiría para mí.
Durante mi proceso, compartí con mi familia y amigos mi dolor emocional, mi ansiedad y depresión. Pensaba que, si les decía se avergonzarían de mi, se alejarían o lo ignorarían por completo. Pero no fue así; en lugar de eso, me apoyaron, me acompañaron, y -hasta la fecha- están conmigo. En este camino, incluyo ayuda profesional, mucha reflexión, y ganas de estar mejor. No siempre es fácil, hay días que el simple hecho de recordar como me sentía me llena de miedo, pero mi círculo de apoyo me ayuda a salir de los días malos que cada vez son menos.
Nunca pensé que me pasaría esto a mí. En mi cegada realidad, creí ser un caso excepcional, y que podría manejar la situación. Aún intento justificar sus acciones, porque aceptarlo es reconocer que lo que viví es real, y que perdí el control. Admitir que sobreviví es admitir que me equivoqué; no es tenerle miedo a mi agresor, sino tener miedo a volver a caer y pasar por lo mismo. Hoy puedo decir que soy sobreviviente. Y aunque sienta vergüenza, lo importante es que sigo viva, y estoy mejor de lo que me imaginé que podía estar.
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